¿Que tal tu finde?

Que difícil se puede volver un domingo cuando de tanto correr ya estas exhausto. Te queda tanto aun por hacer que todo lo que has hecho hasta ahora parece insignificante. Días, semanas, a veces meses de duro y constante trabajo. El tiempo se ríe de ti a carcajadas otra vez. Pasan las horas y la ansiedad comienza a apoderase de ti; estas sentado esperando el lanzamiento hacia una noche demasiado larga para tu gusto. No hay dudas de que hará falta café hecho, así que empiezas a tazarlo para que dure todo el viaje.
¿Que haces? Pregunta algún incauto interesado o curioso, y tu capacidad de síntesis se potencia para arrojar dos palabras que resumen todo lo que has hecho sin dar pie a mas preguntas ¿Para qué más? Te desgastarías explicando el proceso y los detalles, sin mencionar las veces que sean necesarias para que te entiendan.
Sigues trabajando y, por intervalos, caes en una especie de trance en el cual pierdes la noción de ti mismo y de tu entorno, se te olvida parpadear y apenas seria notable que respiras. Se despierta una cruda sensación de soledad en el silencio de la noche, como si fueras el último hombre, el único sobreviviente de ese segundo impacto.
Comienza a salir el sol y empiezas a revisar lo que has hecho mientras la ciudad despierta. No lo crees, pero has adelantado considerablemente y concluyes, sin algún entusiasmo, que estas hecho para trabajar bajo presión, y no puedes evitar arrojar un suspiro en presagio a tu futuro.
Ha llegado la hora, no puedes permanecer más tiempo fusionado con tu escritorio. Te das un tortuoso duchazo con agua importada del polo, porque (por supuesto) olvidaste encender el calentador. Te arreglas y sales de tu casa sin haber destendido tu cama, a la cual miras con una narcótica sonrisa en la boca, para luego irte pensando que acabaras antes de la hora de entrega esa mañana del lunes.